«Nunca Más» es una expresión utilizada en Argentina para repudiar el terrorismo de Estado, ocurrido durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. No es un slogan marketinero, sino toda una convicción popular de no volver al oscuro pasado de la Argentina, y sigue vigente en cada marcha y actividades políticas.

El 20 de septiembre de 1984, Alfonsín recibía en la Casa de Gobierno el informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). En nombre del poder Ejecutivo, destacaba la necesidad de conocer la verdad como base de la futura “unidad” y “reconciliación” nacional. El informe, titulado Nunca Más, representaba según Alfonsín un “aporte fundamental para que, de aquí en adelante, los argentinos sepamos cabalmente, por lo menos, cuál es el camino que jamás deberemos transitar en el futuro. Para que nunca más el odio, para que nunca más la violencia perturbe, conmueva y degrade a la sociedad argentina”.

Si bien muchos argentinos y argentinas conocen muy bien esta historia, vale la pena volver a recordar, sobre todo para aquellas personas oscuras que reivindican ese pasado y lo traen a la actualidad, en un contexto de reivindicaciones de ideologías «de derecha» y «fanatismo neoliberal». Tal es el caso de Rodrigo Damián Vázquez, actual gerente de Seguridad Física en YPF SA, con responsabilidad sobre las operaciones de la empresa en las provincias de Cuyo, que dejó bien en claro su nostalgia por «los gobiernos de milicos» recomendando una gorila nota en Infobae
También nos hicieron los militares – Infobae .

El mensaje es peligroso porque no solo reivindica las despreciables figuras que manejaron esta etapa negra del país: Jorge Rafael Videla, Martínez de Hoz, Emilio Eduardo Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini, Omar Domingo Rubens Graffigna, Leopoldo Fortunato Galtieri, Jorge Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo… personajes nefastos que con su locura llevaron a adolescentes a una guerra, hicieron desaparecer 30 mil personas dejando familias sin identidad y destrozaron la economía y la industria argentina, entre otras tantas cosas; pero es importante tenerlo presente para aquellas nuevas generaciones que no lo vivieron y se encuentran con encendidos influencers y opinólogos amplificados por medios de comunicación bancados por los sectores económicos cipayos que «tiran nuevas-viejas de ideologías de derecha».

Vázquez reivindicó públicamente desde las redes sociales a la última Dictadura que tuvo la Argentina y que dejó como saldo 30 mil desaparecidos. «Interesante leer este articulo donde aclara que el crecimiento institucional del país que perdura hasta hoy, se lo debemos más a las dictaduras que a los gobiernos institucionales. No lo olvidemos» afirmó Vázquez con total frialdad y olvido de estos años de democracia, donde muchos incluso han dejado su vida.

Este gerente de YPF que además tienen la responsabilidad de la seguridad física aún no ha sido removido de su cargo. Al parecer el CEO , Sergio Affronti, y la conducción de línea de la compañía considera que no es un hecho repudiable. Vos amigo biencuyano ¿qué pensás?
La nefasta nota de Infobae «que celebró» Vázquez

También nos hicieron los militares
Este texto fue publicado originalmente en el newsletter “Partes del aire”, de la Revista Seúl
Si uno pudiera hacerse las preguntas “¿Quién construyó nuestro Estado? ¿Cómo se armó esta mezcla de leyes y organismos que nos gobiernan y bajo los cuales convivimos?”
Son cuestiones complicadas, que exceden la capacidad de un simple texto. Pero se podría comenzar a abordar con tres intuiciones parciales:
1- Tenemos mejores teorías sobre quién destruyó a la Argentina que sobre quién la construyó. En especial, después del 1916. La izquierda y el populismo dicen que la dictadura y el neoliberalismo destruyeron un paraíso. Los republicanos y los neoliberales tienden (tendemos) a decir que lo mismo hicieron el peronismo, el corporativismo, el populismo. Los discursos sobre quién construyó nuestro Estado y nuestra organización son mucho más difusos.
2. Salvo excepciones, como la reforma constitucional de 1994, nuestro Estado y nuestras leyes son mucho más la acumulación de parches y manotazos de gobiernos débiles que el resultado de planes estratégicos o acuerdos entre élites.
3. Lo más importante: una parte sustancial de nuestra infraestructura estatal y normativa fue construida por gobiernos militares. Mucho más de lo que creemos. Reglas e instituciones que hoy son parte de nuestro paisaje natural, incluso de nuestra identidad –como el PAMI, las obras sociales o la composición de la cámara de Diputados–, fueron creadas durante dictaduras.
Hace unos días, mientras buceaba en internet por otro tema y me encontré con esta frase, sobre la Argentina de los ‘60: “Un país que todavía tenía un proyecto”, decía el artículo. Esta idea paradisíaca de la Argentina pre-Rodrigazo está bastante extendida. El “Negro” Roberto Fontanarrosa, genio absoluto, dijo una vez que “la Argentina de los ‘60, la de mi juventud, era un paraíso”. Horacio Verbitsky escribió que hasta 1974 la Argentina era un país “próspero y equitativo”.
Esas dos ideas, la del proyecto y la del paraíso, son distintas, pero me irritan casi por igual. Por un lado, nadie creía en los ‘60 que la Argentina fuera un paraíso, más bien todo lo contrario. De hecho, Verbitsky y sus compañeros creyeron que a aquella Argentina valía la pena dinamitarla. Pero además la narrativa principal de los ‘60, muy dominada por el desarrollismo, era que Argentina era un país que no arrancaba, que estaba estancado, que se perdía el tren.
Hay una frase de Jacobo Timerman en la excelente biografía Graciela Mochkofsky que (cito de memoria) refleja el espíritu de la época: “Prefiero El Chocón a la democracia”. Le hicieron caso: en los años siguientes tuvimos la represa de El Chocón (construida por un gobierno militar) y no tuvimos democracia.
Por el otro lado está la atribución de que aquella prosperidad se debía a “un proyecto”, lo que supone algún tipo de acuerdo entre élites sobre una dirección común. Las “cuatro o cinco cosas básicas” que todavía se le siguen pidiendo a la clase política. Sin embargo, nuestros ‘60 fueron una época de divisiones profundas, gobiernos militares y democráticos intercalados, peronismo proscripto y bandazos económicos, como las concesiones petroleras otorgadas por Frondizi y anuladas por Illia.
Nada más eterno que lo temporario
Por eso no me queda claro qué mérito tenían nuestras élites en aquella bonanza de los ‘60, que existió, como también existió en el resto de América Latina y Occidente. Tiendo más a pensar que fue una carambola. Y dentro de esta carambola estaban los militares, que para bien o para mal nos dejaron una parte no despreciable de nuestro diseño actual. Y también ellos, como tantos gobiernos democráticos, tomaron decisiones urgentes que parecían temporarias y siguen con nosotros después de medio siglo.
Las obras sociales, por ejemplo, pilar de nuestro modelo sanitario, apreciadas por la población: nacieron en 1970 durante un gobierno militar (Onganía) y producto de un apremio político. El Onganía post-Cordobazo estaba en declive, la inflación otra vez en ascenso y los sindicatos peronistas, cada vez más picantes. Ante la amenaza de medidas más duras, Onganía negoció con los gremialistas dialoguistas extender a todos los empleados el régimen de obras sociales (que ya existía, pero para pocos). Onganía sobrevivió unos meses más, pero en el camino nos dejó enchufados a un sistema que hizo poderosos (y millonarios) a los sindicatos y que casi todo el mundo coincide en que hay que modernizar, pero nadie se anima.
El PAMI, que financia la cobertura de salud de más de 6 millones de personas y es considerado otro fundamento de nuestro Estado, fue creado en 1971, durante la presidencia de Lanusse. Un año después el mismo presidente creó el régimen de Tierra del Fuego, que sobrevivió medio siglo sin que la democracia hiciera mucho esfuerzo por mejorarlo, a pesar de su inmenso costo económico para los argentinos no fueguinos.
La composición de la actual cámara de Diputados, con un mínimo de cinco diputados por provincia y 257 en total, fue una decisión del presidente Bignone en 1982. Esta composición genera todo tipo de distorsiones, por la sobre-representación de las provincias chicas y la sub-representación de las grandes, pero rara vez ha sido objeto de debate por parte de la democracia.
Varias de las grandes represas hidroeléctricas fueron construidas o inauguradas por gobiernos militares: El Chocón (1972), Salto Grande (1979), Futaleufú (1978). La Central Nuclear Atucha se inauguró en 1974 pero fue construida casi toda por Onganía y Lanusse. El puente subfluvial entre Paraná y Santa Fe lo inauguró Onganía en 1969. Al puente Zárate-Brazo Largo, una de las obras de ingeniería más importantes del país en su momento, lo empezó Lanusse y lo inauguró Videla. Las autopistas urbanas de Buenos Aires (esto es más conocido) se inauguraron en 1980.
El INDEC, en el cual confiamos nuestras estadísticas públicas, nació en 1968. El CONICET, institución central de nuestro sistema científico, nació en 1958, durante la presidencia de Aramburu, y su estatuto actual es de 1973, al final de la presidencia de Lanusse. El INCAA, defendido por muchos como una institución cultural indispensable para el desarrollo del cine, también fue creado por Aramburu. El Fondo Nacional de la Vivienda (FONAVI), que todavía canaliza fondos de Nación a provincias para construir viviendas, nació en 1972. Los regímenes de promoción industrial de San Luis, La Rioja, Catamarca y San Juan, aún vigentes, son de 1979. El sistema jubilatorio evolucionó durante décadas, pero el que lo unificó, eliminó las cajas sectoriales y le dio la forma que hoy conocemos fue Onganía.
Muchas de las leyes que rigen nuestra vida en común fueron creadas por decretos-ley de gobiernos militares, como la de Sociedades Comerciales (1972), que sigue regulando, aunque emparchada, el funcionamiento de todas las empresas; la de Entidades Financieras (1977), el Impuesto a los Ingresos Brutos (1977), el Régimen Penal Juvenil (1980), la Ley de Protección y Conservación de la fauna silvestre (1981) y el Código Aduanero (1981), entre muchas otras. El régimen laboral de los obreros de la construcción, aún hoy visto como un éxito y puesto como modelo para extender a otros sectores, se firmó en 1980. A los obispos católicos les pagamos el 80% del sueldo de un juez de primera instancia desde 1979.
Se podría seguir. Sobre todo si se incluyeran a los gobiernos semi-democráticos de la década del ‘30, que fundaron el Banco Central (1935), pavimentaron las rutas nacionales, crearon el Impuesto a las Ganancias (1932) y abrieron los tan queridos Parques Nacionales (1937). O si incluyo los derechos laborales aprobados entre 1943 y 1945 después reclamados por el peronismo.
Somos hijos de funcionarios grises
Alguien dirá “ok, pero todo lo demás lo hicieron gobiernos democráticos”. Puede ser, igual me ha sorprendido cuánto sobrevive en nosotros lo decidido por gobiernos militares. Y la poca atención que le damos a ese dato. ¿Por qué ocurre esto? Mi hipótesis es que, por su falta de legitimidad y sus crímenes, hemos preferido pensar que los gobiernos militares no tenían nada que ver con nosotros y nada de lo hecho por ellos podía perdurar en nosotros.
Por eso también tengo la sensación de que en los últimos 75 años, mientras nos peleábamos por la política y sufríamos por la inflación, funcionarios semi-desconocidos, inadvertidamente y en silencio, fueron construyendo un Estado, a veces mejor, a veces peor, a veces con la Constitución, a veces sin ella. ¿Necesitamos contarnos mejor estas historias de construcción, para compensar nuestras famosas historias de destrucción? Es una posibilidad.