La canciller Diana Mondino se reunió con el ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, David Cameron, quien días atrás visitó las Islas Malvinas y reivindicó la soberanía de Gran Bretaña sobre el territorio, en el marco de la Cumbre de Cancilleres del G20 que sesionará hoy en Río de Janeiro, Brasil.
La ministra de Relaciones Exteriores había opinado irónicamente sobre el accionar de su par este martes, tras las críticas de gobernadores y dirigentes políticos por la presencia de Cameron en las islas: «Valoramos el gesto del canciller de UK Cameron de incluir a la Argentina en su vista a la región. Estaremos felices de recibirlo, en una próxima ocasión, también en Buenos Aires».
«Las Islas Malvinas son una parte valiosa de la familia británica y tenemos claro que, mientras quieran seguir siéndolo, el tema de la soberanía (con la Argentina) no será objeto de discusión», declaró Cameron antes de comenzar su viaje.
La visita que llevó a cabo Cameron a Malvinas fue la primera que un canciller británico realiza desde 2016 y se concretó un mes después de que el funcionario del Reino Unido se reuniera el 17 de enero último con el presidente Javier Milei, con motivo de la participación de ambos en el Foro Económico Global en la ciudad suiza de Davos.
En ese contexto, el ex secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, el mendocino Guillermo Carmona fue con los tapones de punta contra la visita a Malvinas del canciller británico David Cameron y la amabilidad cipayista del gobierno de Javier Milei. El ex dirigente afirmó: “como argentino no puedo dejar de considerar el hecho inaudito de que el canciller británico haya visitado las Malvinas y la cancillería argentina no haya dicho nada”.
Y agregó que la visita de Cameron “terminó reafirmando el criterio de la libre determinación como argumento central del lado británico para pretender mantener la situación colonial.”
Al respecto, compartimos con los lectores biencuyanos una reflexión más profunda de la Causa Malvinas a cargo del ex secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, el mendocino Guillermo Carmona.
Malvinas: la pasividad del gobierno argentino otorga ventajas a una diplomacia británica que no descansa

Por Guillermo Carmona, ex secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur.
El gobierno británico acaba de anunciar que David Cameron, jefe del Foreign Office, viajará a las Islas Malvinas. La noticia ofrece la oportunidad de analizar cómo se posiciona el gobierno británico de cara al cambio de enfoque adoptado por el gobierno argentino a partir del pasado 10 de diciembre.
La política del gobierno de Milei-Villarruel sobre la Cuestión Malvinas es la que más conviene al Reino Unido: silencio cómplice sobre la cuestión de la soberanía, omisión de actuar y de tomar posición frente a las provocaciones y acciones unilaterales coloniales en el Atlántico Sur, afrentas y descalificaciones hacia los países que nos apoyan en los ámbitos multilaterales y gestualidad complaciente hacia la potencia usurpadora. Un déjà vu de la política del gobierno macrista, pero peor.
Constituye un gravísimo error creer que la diplomacia británica corresponderá a los favores del macrimileismo que conduce la Cancillería, perdiendo la oportunidad de sacar ventajas del nuevo escenario. Una prueba de ello es el anuncio del viaje de Cameron a Malvinas tras su reciente reunión con Milei, una verdadera provocación que contrasta con la pasividad de la diplomacia argentina.
Si alguien soñó que la decisión de bajarle el nivel de prioridad y exposición a la Cuestión Malvinas estaría acompañada por gestos equivalentes del lado británico, podrá comprobar ahora el error de apreciación. La ingenuidad y, lo que es más grave, el alineamiento con los intereses de potencias extranjeras son causas de grandes males en la política exterior.
La presencia del presidente en Davos nos aporta un reciente antecedente que permite evaluar la inconveniencia de ese tipo de enfoque. Efectivamente, el comunicado del Foreign Office tras la reunión entre Milei y Cameron sirve como botón de muestra: mientras la Cancillería argentina minimizó en su comunicación oficial lo relativo a Malvinas y omitió hacer explícita la histórica posición argentina sobre la disputa de soberanía, desde el lado británico reafirmaron que nada había cambiado ni cambiará en su posición y destacaron el pretendido derecho de autodeterminación de los isleños.
Un preocupante ejemplo de tal enfoque concesivo son los conceptos recientemente vertidos por el nuevo representante argentino ante Naciones Unidas, Ricardo Lagorio, en una entrevista publicada en el portal de la Oficina de la ONU en Buenos Aires. Consultado sobre cuáles serán los temas prioritarios de la Argentina durante su misión, el diplomático expresó: “Yo diría que la prioridad es que el Sistema de las Naciones Unidas esté al servicio del individuo y ese creo que es el gran desafío hacia el futuro”. Y agregó: “creo que otro gran desafío es traducir eso para que la gente se de cuenta que la ONU no es algo ajeno, es algo cotidiano”. En su respuesta, cargada de un dogmático individualismo libertario, no hubo espacio para ninguna referencia sobre Malvinas. Es muy grave esa omisión. El embajador Lagorio no es un funcionario más. Estará en sus manos la gestión diplomática del más delicado asunto de nuestra política exterior, que en enorme medida se juega en el escenario de las Naciones Unidas y dentro del proceso de descolonización que se desarrolla en su seno. Esa omisión no hace honor al legado de quienes bregaron por la inclusión de la Cuestión Malvinas en la agenda de Naciones Unidas: el presidente Perón y su canciller Juan Atilio Bramuglia, en la etapa fundacional de la organización, y luego, en la década de 1960, el presidente Illia, el canciller Miguel Ángel Zavala Ortíz y el embajador José María Ruda, protagonistas del enorme triunfo diplomático que representó la adopción de la Resolución 2065 (XX) de la Asamblea General.
Pero la manifestación del embajador Lagorio no es un hecho aislado. Las escasas menciones del presidente o de la canciller a la Cuestión Malvinas han apuntado a desmalvinizar a la agenda de política exterior. A las repudiadas expresiones que Milei y Mondino lanzaron en la campaña electoral se suman ahora la invisibilización y/o minimización de todo lo que implique reafirmación de soberanía, sea recordatorio de la existencia de una disputa territorial o signifique una exigencia dirigida a que la potencia colonial cumpla con el derecho internacional. Esa fue la línea seguida por Milei en su reunión con Cameron y que luego confirmó en la entrevista que concedió al Wall Street Journal, en la que resucitó al ya viejo cliché macrista que pone como objetivo de la gestión construir una relación “adulta” con el Reino Unido (Malcorra decía “relación madura” ocho años atrás), dejando a Malvinas como un tema más en la agenda, sin ningún tipo de prioridad.
No sorprende que semanas atrás, el Daily Express, periódico que expresa posiciones nostálgicas del perimido imperialismo inglés y que defiende el colonialismo en Malvinas, haya afirmado que hay una “promesa” de Cameron para evitar que Milei “presione el botón de las Malvinas”. Es evidente que buscan bajarle el grado de exposición al tema en la relación bilateral y, sobre todo, en el escenario internacional. Informa ese medio que la moneda de cambio ante la omisión de Milei sería un supuesto apoyo británico frente a la crisis económica de la Argentina, apoyo difícil de imaginar en el actual contexto interno e internacional que enfrenta el Reino Unido.
La Cancillería en la era Milei-Villarruel guarda silencio ante hechos graves y omite dar explicaciones públicas sobre su accionar y presuntas omisiones. Consintió que el vicecanciller británico, David Rutley, representara al gobierno británico en la asunción presidencial, quien, en una abierta provocación, había visitado Puerto Argentino días antes. Incluso hay fuertes sospechas de que el presidente recibió al funcionario en Casa Rosada. La Cancillería también guardó silencio sobre un segundo viaje del mismo funcionario al archipiélago, días después de su paso por Buenos Aires. Del mismo modo evitó emitir expresiones públicas ante la presencia de una delegación de Sierra Leona en las islas, hecho grave si se tiene en cuenta que ese país integra el Comité de Descolonización que trata a la Cuestión Malvinas.
La Cancillería tampoco fijó posición pública ni informó sobre los ejercicios militares realizados en el archipiélago pocos días después de la reunión entre Milei y Cameron, ni sobre el tránsito por aguas argentinas del buque RRS Sir David Attemborough, cuyo registro se encuentra en las Islas Malvinas y porta la ilegal bandera de las islas, ni sobre vuelos concretados entre territorio continental argentino y Malvinas.
La protesta diplomática es el instrumento que prevé el derecho internacional para manifestar el rechazo a acciones que atentan contra los intereses de un país. No se trata de un acto hostil, como parece asumir el actual gobierno, sino de la declaración que niega la legitimidad de una determinada situación, frente a hechos que exigen una toma de posición. En relación con la cuestión malvinas la protesta debe ser además pública, ya que se trata de una política de Estado fundada en una causa nacional que involucra al pueblo argentino. Evidenciar la acción de protesta resulta fundamental para que la sociedad argentina y el mundo conozcan el rechazo a acciones que tienden a consolidar la posición colonial británica en el Atlántico Sur.
Mientras el Poder Ejecutivo adopta una posición pasiva, en una evidente maniobra de distracción, la vicepresidenta intenta darle un barniz malvinero a un gobierno que demuestra ser esencialmente desmalvinizador, incorporando a su equipo a una figura del procesismo más rancio, partícipe necesario de la campaña de desinformación que padecimos los argentinos durante la guerra. La valoración y exaltación de la heroicidad de nuestros combatientes durante la guerra, justo reconocimiento a quienes dieron su vida o la pusieron en riesgo en defensa de la soberanía nacional, no puede ni debe estar al servicio de la reivindicación de decisiones y acciones adoptadas por la dictadura que constituyeron gravísimos errores estratégicos y tácticos, y significaron para la Argentina un grave retroceso en el campo diplomático.
La historia demuestra que la diplomacia británica no da tregua cuando la Argentina desatiende a la Cuestión Malvinas. La política británica tiene grabado a fuego el apotegma del Lord Palmerston: “Inglaterra no tiene amigos ni enemigos permanentes. Sólo sus intereses son permanentes”. Esa línea conceptual es seguida estrictamente por Gran Bretaña en Malvinas, dando cuenta de la permanencia de sus intereses en el Atlántico Sur. La diplomacia británica no andan con miramientos cuando los gobiernos argentinos, dóciles a su soft power y a sus cantos de sirenas, entran en su juego nunca desinteresado. Seguirán buscando debilitar la posición argentina en nuestro país, en la región y en el mundo, instalando la cándida visión de paraíso en la tierra que han construido artificialmente para la colonia que buscan eternizar en Malvinas, invirtiendo en diplomacia pública y al mismo tiempo militarizando el Atlántico Sur.
De consolidarse el abandono del activismo diplomático sobre la Cuestión Malvinas que estamos observando, la Argentina sufrirá un enorme retroceso en su persistente acción por recuperar el ejercicio pleno de soberanía sobre los territorios ilegítimamente usurpados por el Reino Unido.
El pueblo argentino, en cabeza del cual la Constitución pone el objetivo de recuperación del ejercicio de soberanía sobre Malvinas, no puede tolerar y dejar de denunciarlo. El Congreso de la Nación, asumiendo la representación del pueblo y de las provincias argentinas, y el Poder Judicial, en su función de aplicar la Constitución y la legislación vigente, no pueden ni deben avalar semejante defección del Poder Ejecutivo Nacional que atenta contra la soberanía y contra nuestro interés nacional.