El papa Francisco anunció ayer lunes que los sacerdotes podrán absolver el pecado del aborto de manera indefinida, una disposición que había autorizado sólo durante el Año Santo de la Misericordia, que concluyó el domingo.
La diputada Soledad Sosa, del bloque del Frente de Izquierda-Partido Obrero, ante las declaraciones del Papa Francisco sobre otorgarle perdón a las mujeres que se arrepientan de haber abortado declaró “El perdón del Vaticano a las mujeres católicas que hayan abortado y reconozcan su «pecado» es el reconocimiento de una realidad que atraviesa a todas las mujeres y un recurso para contener a las fieles que deciden voluntariamente abortar o que se ven obligadas a hacerlo por la situación de vulnerabilidad que ofrece este sistema a las mujeres pobres, por la falta de educación sexual a causa de la injerencia clerical, pero además tenemos que aclarar que el perdón es a quienes sobreviven a la criminal clandestinidad. Este recurso de dominación de las mujeres bajo la “culpa católica”, acentúa el concepto del aborto como pecado grave, recibiendo el perdón para ser sometidas aún más en un régimen social que ofrece a la mujer los peores tratos y le niega derechos”.
La legisladora mendocina demás expresó: “La separación de la Iglesia del Estado es más necesaria que nunca, en momentos de descomposición social, de agotamiento de gobiernos ajustadores, el Vaticano pretende erigirse como árbitro de la crisis social impulsando mayor asistencialismo y precarización para las masas trabajadoras, son las mujeres trabajadoras las que mueren por la clandestinidad del aborto, por la falta de educación sexual, por la precarización laboral. Los partidos que conforman Cambiemos, junto al FPV y el Frente Renovador son enemigos declarados del reclamo más fuerte del movimiento de mujeres que es la legalización y despenalización del aborto, presentado por sexta vez en el Congreso de la Nación, que termina otro año de ejercicio parlamentario sin tener ningún avance. Con la movilización logramos la libertad para Belén, víctima de un gobierno clerical y de impunidad que viola constantemente el derecho al aborto no punible. Con el mismo método tenemos que conquistar la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo”.
La carta de Francisco:
Así se lee en la carta apostólica Misericordia et misera (disponible al final de la nota), el documento de conclusión del Jubileo extraordinario que instituyó Francisco y en el que da las indicaciones para que los católicos continúen este tiempo de la misericordia, la reconciliación y el perdón.
Según la doctrina católica, el aborto es un pecado grave que comporta excomunión y hasta ahora un sacerdote sólo lo podía absolver después de que le autorizase un obispo o el mismo pontífice.
No obstante la concesión del perdón, Francisco enfatiza «con fuerza» en su misiva que «el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente».
Pero agrega que «con la misma fuerza» puede afirmar que «no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre».
«Por tanto, que cada sacerdote sea guía, apoyo y alivio a la hora de acompañar a los penitentes en este camino de reconciliación especial», añade.
En esta carta en la que invita a renovar el tiempo de perdón, reconciliación y caridad con los más necesitados, Francisco también extiende otras disposiciones que había autorizado durante el Jubileo, como la de la concesión de absolver los pecados a los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X, los llamados lefebvrianos.
Francisco justifica esta decisión «por el bien pastoral de estos fieles» y para que «se pueda recuperar con la ayuda de Dios, la plena comunión», en lo que se entiende como una mano tendida a los seguidores de Marcel Lefebvre, que no reconocen las novedades introducidas en el Concilio Vaticano II, por lo que están fuera de la Iglesia desde 1988.
El Papa también recuerda a los sacerdotes las diferentes situaciones familiares en la actualidad y les reitera que ante estas personas tengan «un discernimiento espiritual atento, profundo y prudente para que cada uno, sin excluir a nadie, sin importar la situación que viva, pueda sentirse acogido concretamente por Dios, participar activamente en la vida de la comunidad y ser admitido en ese Pueblo de Dios».