El diputado Ramón en el diario La Nación: «El futuro Gobierno deberá estar basado en propuestas que se integren sobre la base del respeto por la existencia del otro; y lo más lejos posible de los operadores políticos o económicos que juegan a la política como si fuere una ruleta de casino»

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El diputado nacional por Mendoza, José Luis Ramón desarrolló una columna de opinión que salió publicado hoy en el diario La Nación que, tal como él mismo expresa, es «el punto de partida para construir una Mendoza para fines del Siglo».

A días de presentarse oficialmente la Fuerza Política Protectora en su sede de calle San Martin, justamente en la noche del próximo viernes, Ramón expresó su punto de vista sobre la política de hoy y la que se viene, ante este importante medio de alcance nacional, que BienCuyano también comparte para conocimiento de sus lectores:


Las malas maneras de la política

Hace 2.500 años, un griego llamado Platón se preguntaba qué características debía tener un buen político. Su respuesta fue: “Ante todo, debe aprender a gobernarse a sí mismo, pues sin ello no podrá gobernar a los demás”.

La sentencia se aplica a los numerosos atributos que requiere el ejercicio del gobierno de un Estado; pero en este texto quiero concentrarme en un aspecto en apariencia menor: el hecho de que la política parece haber olvidado los buenos modales, la posibilidad de que personas con distintas creencias, opiniones o ideas tenga entre sí una relación educada y respetuosa.

Se podrá decir que esa falta de cordialidad es resultado inevitable del rumbo que ha elegido la sociedad de hoy, acosada por el estrés, la inseguridad laboral, la violencia cotidiana y la crisis de la familia Todo eso es verdad, pero no justifica que la política y los políticos nos dejemos arrastrar por esa marea de irracionalidad y maltrato.

Es cierto que esa crispación y menosprecio del que piensa distinto no es privativa de algunos políticos. Basta ver un programa de televisión en el que analistas, sociólogos, economistas, historiadores o vecinos sin títulos discuten sobre política, para comprobar que la descalificación, la burla y el insulto reemplazan con demasiada frecuencia a las argumentaciones fundadas.

Y qué decir de los intercambios muchas veces anónimos de las redes sociales.

Pero esa circunstancia no nos justifica. Por el contrario, nos reclama alejarnos de hábitos perjudiciales para la convivencia. Sin embargo, es común que un político interpele a otro de manera  desafiante y agresiva. El insulto, la chicana, el patoterismo y hasta la amenaza se han vuelto moneda corriente. Por mi parte, he comprobado que con amabilidad, imaginación y argumentos se puede obtener un triunfo, que la violencia habría impedido.

Tenemos por delante un año electoral  y lo mejor que podría sucedernos es que no se repitieran algunos recursos  muy utilizadas en 2015, cuando los estrategas comunicacionales pensaron en ganar la elección y no en la gobernabilidad futura del país. Entonces, elevaron el tono del mensaje, transformando lo que debió ser una campaña de contrastes en una campaña de insulto.

El lenguaje es la herramienta más poderosa que tiene el político. La palabra permite ser crítico, agudo y hasta mordaz sin salirse del marco de respeto hacia el interlocutor. La educación nos ayuda a ser mejores personas, nos obliga a mirar al otro en tanto otro. Su ausencia se traduce en desinterés por el otro: digo lo que pienso, cómo y cuándo quiero, no me importa cómo le cae al otro.

El dilema es si seguiremos en ese camino o, por el contrario, trataremos de modificar el rumbo. Nuestro país acaba de vivir un acontecimiento histórico: fue sede de la cumbre del G20, que nucleó a los gobernantes de los países de mayor influencia del planeta, quienes dejaron de lado asperezas y disidencias para poner el acento en la resolución de los problemas más acuciantes, y se sentaron frente a frente a discutir sobre los posibles acuerdos. En ese espejo debemos mirarnos.

La elección del futuro Gobierno, deberá estar basado en las propuestas que se integren sobre la base del respeto por la existencia del otro; y lo más lejos posible del alcance de los operadores políticos o económicos que juegan a la política como si fuere una ruleta de casino.

Nuestro rol es contribuir a la construcción de una sociedad libre, justa, equitativa y pacífica. Y dirigirla. Esa es la responsabilidad que hemos aceptado los políticos cuando nos propusimos y asumimos nuestros cargos. Qué imagen vamos a ofrecer a los ciudadanos, en particular a los jóvenes, si no nos respetamos entre nosotros. No podemos pedir a los jóvenes que respeten a sus maestros si no nos respetamos entre nosotros mismos.

 

José Luis Ramón

Diputado Nacional por Mendoza