El Barco
En 1941, pasó a depender del Comando de la Flota del Pacífico, cuyo apostadero era la Base Naval de “Pearl Harbor” en Hawai. A fines de ese mismo año, tuvo su bautismo de fuego durante el célebre ataque que la aviación naval japonesa hiciera sobre la flota y la base. A partir de allí y hasta finalizar la contienda mundial, la unidad participó en innumerables misiones de guerra en los océanos Pacífico e Indico.
Posteriormente, EE.UU realizó un ofrecimiento de venta de dos cruceros livianos gemelos (USS Phoenix y USS Boise) a la República Argentina y a otros países latinoamericanos, siendo nuestro país quien finalmente formalizara la compra.
El 12 de abril de 1951 se realizó la afirmación del pabellón argentino en ambas unidades y a principios de 1952 se incorporaron a la Flota de Mar.
La gesta de Malvinas
A mediados de marzo de 1982 y en su apostadero de la Base Naval Puerto Belgrano, el Crucero A.R.A. “General Belgrano” comenzó su alistamiento para una eventual zarpada.
El 16 de abril, la unidad zarpó de Puerto Belgrano y al llegar a aguas abiertas, adoptó rumbo sur.
Mientras el resto de la Flota de Mar se mantendría al norte de las Islas Malvinas, el Crucero debía dirigirse hacia la zona de Isla de los Estados. Como Grupo de Tareas 79.3, le fueron encomendadas las siguientes tareas:
La defensa de la línea de costa, ante eventuales intentos de operaciones de desembarco enemigo.
La vigilancia de los accesos Sur al Teatro de Operaciones Malvinas y la eventual interceptación de unidades enemigas de acuerdo a órdenes.
Posteriormente y para mantener las existencias de combustible y repostar munición, el Crucero permaneció amarrado en la Base Naval Ushuaia entre el 22 y el 24 de abril.
Cuatro días después y navegando al norte de Isla de los Estados, el ARA “General Belgrano” se reunió con los destructores ARA “Piedra Buena” y A.R.A. “Bouchard” y con el Petrolero de YPF “Puerto Rosales”.
El sábado 1° de mayo se realizó una maniobra de reabastecimiento de combustible con el “Puerto Rosales”. Finalizada la misma, el Crucero y los dos Destructores se alejaron con rumbo hacia el este, en dirección a la flota enemiga. La noche de ese sábado se presentó con malas condiciones meteorológicas y un mar cada vez más encrespado.
En las primeras horas del día 2 y mientras las condiciones de mar seguían empeorando, se recibió un mensaje del Comando Superior con nuevas órdenes, en virtud de las cuales la fuerza cambió de rumbo y se dirigió a un área de espera al oeste de su posición.
A media mañana del mismo domingo 2, las unidades ya estaban por fuera del radio de acción de la aviación embarcada enemiga y la tripulación pudo reponer sus fuerzas, con la adopción de un sistema de guardia que permitía al menos un período de descanso rotativo.
A las 16.01 y mientras se efectuaban los cambios de guardia, el buque se sacudió violentamente.
Una poderosa explosión, seguida del cese inmediato de la energía e iluminación lo paralizó.
Instantes después y cuando parecía que el buque aún se elevaba por los aires, se produjo una segunda explosión en proa, cuyas consecuencias se vieron claramente desde el puente de comando. Al caer la gran columna de agua, hierros y maderas que la deflagración había producido, se descubrió la desaparición de 15 metros del casco del buque. Inmediatamente, comenzó la inclinación a babor y un penetrante olor acre inundó el aire.
A partir de ese momento y por espacio de sesenta minutos, los actos de valor y el heroísmo de nuestros marinos de guerra, inscribieron páginas imborrables en la historia, impulsando hacia la cúspide el lema que el Almirante Guillermo Brown proclamara el 30 de julio de 1826, en los momentos previos del Combate Naval de Quilmes y que en letras de bronce aparecía inscripto en el puente del glorioso crucero: “irse a pique antes que rendir el pabellón”.
A las 17.00 de ese 2 de mayo de 1982 y en medio de una densa nube de vapor, el glorioso Crucero “General Belgrano”, herido de muerte por el impacto de dos torpedos enemigos, se sumergió definitivamente en las gélidas aguas del Atlántico Sur, acompañado por las voces de los sobrevivientes que desde las balsas gritaban con todas sus fuerzas “viva la patria”, “viva el Belgrano”.
De los 1093 marinos que tripulaban al crucero, 323 perdieron la vida y 770 sobrevivieron merced a la operación de búsqueda y salvamento más extraordinaria de la historia de la navegación.