Este es el otro triunfo francés: Este domingo el pueblo de Francia honró eternamente a Simone Veil una figura icónica que logró la legalización del aborto en ese país europeo

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Este domingo 1° de julio el pueblo francés está de festejo… y no es por el triunfo deportivo de ayer contra Argentina, de la mano del talentoso Mbappé, en el Mundial de Rusia… que, en todo caso, es algo fortuito, efímero, que pasará la «alegría» con el correr de los días. Sino que estamos hablando de algo más preponderante y de mayor significancia que perdurará en la vida republicana del país.

En verdad, el pueblo francés homenajea hoy a una figura icónica del feminismo: Simone Veil, superviviente de Auschwitz, que logró la legalización del aborto en Francia y representa un símbolo de la lucha contra la discriminación de la mujeres. «A los grandes hombres, el reconocimiento de la patria», dice la inscripción en el anacrónico frontispicio del Panteón, donde desde el domingo reposan los restos de Veil (1927-2017), junto a los de su marido, Antoine. Ambos, la gran mujer y su esposo, fallecido en 2013, ingresaron en el imponente templo republicano en una ceremonia que congregó a los poderes del Estado y a miles de parisinos. El Panteón de París, es el lugar fundamental donde reposan algunas de las máximas personalidades francesas, el lugar en donde la república francesa entierra a las personas más importantes de su rica historia (Voltaire, Rousseau, V. Hugo, Carnot, Marie Curie, etc.).

En tiempos en donde se está hablando en nuestro país sobre la legalización del aborto, el reconocimiento del pueblo francés a esta referente que luchó toda su vida por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, cobra mayor significancia, el mensaje de la vida y la obra de Simone Veil está más vigente que nunca.

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Simone Veil, la feminista que impulsó la legalización del aborto en Francia

Fue la gran dama de la cultura, la política y la vida pública francesa y europea. Nacida en el seno de una familia judía acomodada, en Niza, escapó milagrosamente a los campos de concentración nazis, donde pereció buena parte de su familia, víctima del genocidio.

Tras la inmensa tragedia y experiencia de los campos de concentración, la joven Simone Jacob se integró de manera ejemplar en su primera profesión de jurista, tras unos estudios brillantísimos en la Facultad de Derecho de París y el Instituto de Estudios Políticos de París, donde conoció a su futuro esposo, Antoine Weil.

Terminó cediendo al «demonio» de la política, como ministra de Sanidad de Valery Giscard d’Estaing, en 1974. Comenzó entonces su primera gran batalla, la primera Ley francesa de «interrumpción voluntaria del embarazo» (1975).

«Quisiera compartir con ustedes una convicción de mujer, me disculpo por hacerlo ante una Asamblea compuesta casi exclusivamente por hombres. Ninguna mujer recurre al aborto con el corazón ligero. Sólo basta con escucharlas, siempre es una tragedia. (…)Pero no podemos seguir cerrando los ojos ante los 300.00 abortos que cada año mutilan mujeres de este país, que pisotean nuestras leyes y que humillan o traumatizan a aquellas que tienen que recurrir a ellos», declaró Simone Veil el 26 de noviembre de 1974.

Aquel día, delante de un hemiciclo integrado por 481 varones y solamente 9 mujeres, la ministra habló del aborto como “último recurso” para “situaciones sin salida”. Simone Veil, a la que el presidente de derecha, Valéry Giscard d’Estaing, había encargado la tarea de presentar un proyecto de despenalización, eligió como estrategia el argumento de la salud pública, y no el del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, un discurso que ni la Asamblea Nacional ni gran parte de la sociedad estaban dispuestas a oír.

“Ninguna mujer recurre al aborto livianamente. Basta con escuchar a la mujeres: siempre es un drama, seguirá siendo siempre un drama”, recalcó la ministra. “Por eso, si el proyecto que se les presenta toma en cuenta la situación de hecho existente, si admite la posibilidad de una interrupción de embarazo, es para controlarla, y en la medida de lo posible, disuadir a la mujer.”

La reacción ante un discurso muy moderado no se hizo esperar. Delante de la casa de la ministra, que a los 16 años fue deportada a Auschwitz, aparecieron pintadas de cruces esvásticas. Empezó a recibir amenazas de muerte. Un diputado de su mismo partido no dudó en comparar la práctica del aborto con “los médicos nazis que practicaban la tortura y la vivisección humana” y en hablar de embriones “tirados a los hornos crematorios”.

“Presentaba el triple defecto de ser mujer, ser favorable a la legalización del aborto, y, por último, ser judía”, escribió más tarde Simone Veil en su autobiografía, Una vida.

Ese día, ante un Parlamento que contaba tan solo 9 mujeres entre sus 490 miembros, la ministra de Salud de Francia defendía la ley que despenalizó el aborto. Durante 25 horas de debates, se enfrentó a 74 oradores, muchos de los cuales compararon a esta sobreviviente del Holocausto con los nazis. Aguantó todos los agravios y tres días más tarde la ley fue aprobada con 284 votos a favor y 189 en contra, tras un histórico debate que terminó ganando, en lágrimas, antes una Asamblea Nacional masivamente masculina.


El acto de este domingo

Los restos mortales de Simone Veil, superviviente del Holocausto, primera presidenta del Parlamento Europeo y pionera de la legalización del aborto, descansan ya en el Panteón de los Ilustres de París tras una ceremonia abanderada este domingo por el presidente de Francia, Emmanuel Macron.

Veil, que en vida era un monumento para muchos franceses, es una figura única en la historia reciente de este país. Resume las tragedias del siglo XX y sus combates épicos. Deportada en 1944 por ser judía, perdió a sus padres y a su hermano en el Holocausto. Regresó a Francia y reconstruyó su vida. Ministra de Sanidad de un Gobierno de centroderecha, impulsó la ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Adoptada en 1975 entre virulentas descalificaciones contra Veil, cambió la vida a millones de francesas. Y fue una europeísta pragmática y convencida, la primera presidenta del Parlamento cuatro años después.

«Hemos querido que Simone Veil entre en el Panteón sin que pasen las generaciones, como nos habíamos acostumbrado, para que sus combates, su dignidad, sus esperanzas sigan siendo una brújula para los tiempos turbios que atravesamos», dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, en un discurso.

Al final de la locución, pasado el mediodía, la soprano Barbara Hendricks cantó La Marsellesa y entonces se abrieron las puertas del templo, la fachada adornada por una foto del matrimonio Veil y dos banderas, europea y francesa. Los guardias republicanos transportaron ambos ataúdes. Era el final de una ceremonia milimetrada y solemne, un momento intenso de la liturgia republicana como sólo Francia sabe organizarlo, una ceremonia en la que lo laico y lo sagrado se fusionaron para enviar un mensaje al mundo de hoy.

Veil es la quinta mujer en entrar en un templo masculino —templo de «grandes hombres» donde reposan 75 personas—, sus antecesoras en el Panteón son la científica Marie Curie, la etnóloga y resistente a los nazis Germaine Tillion, la resistente Geneviève de Gaulle-Anthonioz y Sophie Barthelot, que entró como cónyuge del científico Marcellin Barthelot. Es también la primera deportada a los campos de exterminio por ser judía.

Y la primera persona panteonizada por Macron y la primera, en la V República fundada en 1958, que entra en la augusta necrópolis del Barrio Latino con su memoria aún presente, sólo un año después de su muerte. La costumbre, en los últimos tiempos, era espera unos años o décadas para evaluar con perspectiva la dimensión histórica del posible panteonizado. Con Veil fue innecesario. El consenso sobre sus méritos era amplio. La decisión de Macron, que como jefe de Estado tiene la prerrogativa de decidir quién entra en el templo, era inapelable.

En presencia de sus antecesores François Hollande y Nicolas Sarkozy y de la amplia familia Veil, el presidente francés recorrió el legado de la difunta y, al explicarla a ella —que como Macron fue una política centrista y europeísta— intentó explicarse a sí mismo, y su visión de Francia y el mundo. La experiencia de la deportación: «La verdad del martirio judío forma hoy parte integrante de la historia de Francia como la epopeya de la Resistencia». La lucha por la igualdad: «Con Simone Veil entran aquí estas generaciones de mujeres que han hecho Francia sin que la nación les ofrezca el reconocimiento y la libertad que se les debía. Que hoy, por ella, se les haga justicia a todas». El europeísmo: «Nada sería peor que renunciar a la esperanza que hizo renacer la historia de las ruinas en las que había quedado enterrada y donde pudo perecer».

El Panteón es un espacio central de la nación francesa, lugar donde se proyecta el relato nacional y también sus disputas. Fue un templo cristiano y laico sucesivamente. Hubo panteonizados que acabaron siendo expulsados. Otros que entraron en seguida, como Victor Hugo. François Mitterrand lo visitó el día de su investidura.

La Revolución de 1789 quiso convertir la iglesia original en el templo que honrase a los «grandes hombres», un concepto construido por los filósofos de la Ilustración. Los «grandes hombres» se distinguían de los reyes porque no eran herederos: su entronización consagraba la meritocracia, según explica la historiadora Mona Ozouf en el primer volumen de la enciclopédica Los lugares de la memoria. También se distinguían de los héroes. «El gran hombre», añade Ozouf, «no debe nada a lo sobrenatural, mientras que el héroe realiza una acción que se corresponde con el milagro. El héroe es el hombre del instante salvador, mientras que el gran hombre es el del tiempo acumulado, en la que se amontonan los resultados de una larga paciencia de una energía cotidiana».

Simone Veil fue un ejemplo de esta vida de momentos y logros acumulados. Ya era una «gran mujer», un «gran ser humano» antes de entrar para siempre en el Panteón.